Arxiu d'escrits – C.S.

La grande bellezza

«¿Vendrás a la fiesta de mi divorcio? Habrá bailarinas sobre elefantes». Estas palabras, que pronuncia una mujer mientras le realizan una operación estética en una majestuosa sala repleta de italianos pudientes, son una impecable síntesis de «La gran belleza». Dos horas de indiferentismo moral que Paolo Sorrentino decora con corbatas bien anudadas y hermosos movimientos de cámara que captan la belleza de Roma. «El extranjero» de Albert Camus, pero con magnificencia.⁣

«La gran belleza» es, después de todo, una penosa radiografía de la posmodernidad contemporánea. Como apunta el rey de la mundanidad y protagonista del filme, Jep Gambardella, «el mundo ya no es refinado». Entre la pulida arquitectura romana se hace un arte que ya no sigue las aspiraciones artísticas de antaño. Una mujer desnuda se choca contra un muro, una chica llora mientras derrama colores sobre un lienzo, un lanzador de cuchillos impregnados con pintura. Actuaciones, todas ellas, que enseñan la renuncia a los valores estéticos, ahora meras expresiones de los gustos personales, «vibraciones». Olvidan que hacer juicios éticos sobre la naturaleza de las cosas es lo que nos distingue de los animales.⁣

Pero esta decrepitud en el arte no es más que una transposición de la vacuidad de la muchedumbre. En las excéntricas fiestas de la élite romana no hay valores. «Estas congas son las mejores de Roma porque no van a ninguna parte», declara Gambardella. Y no van a ninguna parte porque el hombre está condenado a la muerte: «mira esa gente, esa fauna, no es nada». Si no hay un más allá ni existe Dios, si la vida no es más que una chispa en la oscuridad infinita, se sobrepone la tentación inevitable de erigirnos dioses y construir el paraíso en la tierra. Sexo y drogas por doquier.⁣

En conclusión, «La gran belleza» retrata sinceramente el infierno que podemos edificar cuando, en nuestra andadura terrenal, no somos más que cáscaras vacías de valores. Pero también nos enseña que el dolor puede anestesiarse, aunque temporal y penosamente, con la belleza. Las imágenes finales del Tíber, abrazado por la sublimidad romana, me gritan que debería haber puesto Italia más arriba en la lista de Erasmus.

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