Hoy he acabado bien el día. He llamado a un amiga con quien hacía tiempo que no hablaba porque está de Erasmus. Hemos estado charlando durante un buen rato. Tampoco había grandes noticias, la verdad; pero ha sido una conversación muy sencilla y sincera.
He leído varias veces por Internet sobre el concepto de cámaras de eco, es decir, retroalimentarse con noticias y comentarios de una misma visión de la realidad. Nuestra conversación, pues, ha sido exactamente eso: uno iba contando lo que le había sucedido y el otro asentía o añadía alguna observación a modo de matíz, y vice versa. Realmente no teníamos necesidad de pensar en lo que íbamos a decir, ni de preocuparnos por si soltábamos alguna barbaridad, nadie quería imponerse sobre nadie. Y es que tan sólo entre amigos no hay rangos.
Hoy, por un instante, he vuelto a pisar el campo de fútbol para calentar con mis colegas antes del entrenamiento. Con la misma sencillez y compenetración humana trotábamos, sin pensar, intercambiando simples comentarios y, tras la tercera vuelta, terminábamos la conversación y nos uníamos a las órdenes del entrenador. Esta vez hemos acabado el calentamiento con un mútuo «bueno», largo y tendido, que significa que ya no hay más que contar y que volvemos a nuestras vidas independientes. El entrenador nos llama.