Una vez escuché una información que, pese a no ser nada vital, era un tanto personal. Anuncié a otra persona que sabía aquello, sin llegar a revelar el contenido, y me dijo que se lo contara pero que no lo dijera a otra gente. En otras palabras, creía que era un secreto, que no debía contarse; ahora bien, él sí que lo quería saber.
Esto me recuerda lo que leí una vez de Taleb: si quieres que corra la voz de algo, di que es un secreto. Envolver una información con la etiqueta de «secreto» a veces no supone ninguna protección, o hasta produce el efecto contrario.
Yo, en esto, creo ser bastante radical; por muy obvio que parezca, y esbozado de manera simplista, los secretos deben guardarse. Primeramente, porque el no hacerlo puede quebrar la confianza de quien te confiere el secreto. Segundo, porque a quien revelas el secreto le estás diciendo, implícitamente, que a él tampoco le podrás guardar un secreto. Y, por supuesto, por aplicación del «no hagas lo que no quieras que te hagan».