Arxiu d'escrits – C.S.

De cuando los abogados son piedra y los clientes arena

Ayer fui al Juzgado. Era un caso de sanciones a un trabajador. La empresa quería sacárselo de encima y lo había sancionado en distintas ocasiones, con la intención de conseguir el despido disciplinario. Como el empleado tenía antigüedad en la empresa, no querían indemnizarlo.

No llegó a darse el juicio, pues pactamos –me parece más estético usar el plural, pero la verdad es que en la negociación yo no era más que un mero espectador–; sin embargo, nos percatamos del hecho de que el abogado contrario únicamente llevaba una bolsa de tela. Nada de maletines ni mochilas. Nos sorprendió porque nos había anunciado que tenía la grabación en vídeo de nuestro cliente insultando y amenazando corporalmente al empresario.

Conforme a la jurisprudencia del Supremo, los letrados deben aportar sus propios medios para reproducir la prueba en el juicio. En otras palabras, por seguridad no se quiere que vayan introduciendo «pendrives» en los ordenadores de los Juzgados. Con todo esto, el abogado en cuestión no llevaba ningún ordenador: no cabía en esa ligera bolsa de tela.

La abogada con quien hago prácticas (en adelante, Gregoria –nombre claramente inventado–) me preguntó qué hubiera hecho si fuera abogado en el caso de que, al impugnar la prueba del otro abogado por no disponer de sus propios medios para reproducirla, este me preguntara si le dejaba mi ordenador. Mi primera reacción, debo confesar, fue «no». No le dejaría el ordenador, ya que eso supondría ir en contra de los intereses de mi cliente, esto es, ganar el juicio.

Ante mi respuesta, Gregoria me dijo lo siguiente: los clientes van y vienen, pero los abogados perduran. Es decir, que es práctico mantener una buena relación con tus compañeros abogados: en otras circunstancias serás tú quien necesite la ayuda. Esto viene a ser el «haz lo que te gustaría que te hicieran» de los abogados. Pero, por otro lado, porque no dejarle el ordenador supondría aprovecharse de herramientas no legales. Sería una batalla poco caballerosa.

Después de todo esto, sin embargo, concluyó: «¡pero no esperes que ellos hagan lo mismo por tí, y menos en Barcelona!».

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